[Procura no separarte de la multitud, así no verán lo cutre que eres...]

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martes, 19 de abril de 2011




“ Las palabras de los pájaros...


Encontré a una anciana que vivió tantos años como para olvidarlos. No es que hubiese olvidado su edad, que lo había hecho, era más bien que no podía recordar nada.


Vivía sola aunque no era demasiado consciente de ello. Tenía una casa enorme, y tan antigua como ella misma. Su casa era así porque hubo un tiempo en que sus hijos corrían por aquellos enormes pasillos, pero eso también lo olvidó. Eso ella no lo sabía.


Compartía sus días con el canto de unos pajaritos que tenía enjaulados. Le gustaban mucho y siempre se atormentaba con la idea de que pudieran escapar. Confiaba en que, después de mucho tiempo enjaulados, no podrían volver a volar.


En aquellos techos tan altos, vibraban las pequeñas vocecitas todos los días. Daban pequeños saltos en tan estrecha prisión que cualquiera se habría estremecido al verlos. Cualquiera menos ella, que tan intenso deseo de verlos cejaba sus escasos sentidos.


Pero había olvidado tantas cosas... Se convirtió en alguien extraño, solitario y frágil. Había apartado a todos aquellos a quienes tanto quiso, aunque nunca lo supo.


Se esmeraba en la alimentación de sus pequeños acompañantes. Cada día compraba fruta y verdura fresca, la cual ni probaba. Sólo para ellos.
Esta mujer, miraba a los ojos de los pájaros y no se veía en ellos. Pero es que... eran tan pequeños...
Tenía la sensación de que le devolvían las miradas. Y ella sonreía.


Solía decirles a sus pequeños alados:
- Os soltaré cuando olvidéis volar.


A veces, parecía que al verlos a través de aquellos barrotes, se entristecía horrorizada. Otras, se la veía feliz buscando miradas puestas en ella.


Sus pájaros cantaban una y otra vez, aunque ella no podía entenderlos:
- Si nos sueltas, nos iremos para siempre.


Así pasaban los días eternos sin novedades. Así esperaban a que las cortinas se corrieran dejando pasar el sol. Demasiados amaneceres pasaron juntos, pero el tiempo no significaba nada para alguien que no tenía recuerdos.


Una libertad que jamás llega, merma cuerpos jóvenes hasta reducirlos a nada. ¿Qué haría con una persona ya anciana?


Los pájaros se fatigaban y dejaban de cantar a ratos. La mujer, todo lo deprisa que podía, se levantaba y mecía con delicadeza las jaulas. Recordaba a una madre con sus hijos, pero ella solo podía tener pájaros asustados entre sus manos. ¿Quién no ha sentido alguna vez tener las manos llenas de pájaros? ¿Quién no sintió tener mariposas? ¿Quién no soñó tener alas?


El segundero, perdía precisión al ser comparado con tan estricto ritual de aquella señora. Salía cada mañana y hacía sus recados apresurada, a pesar de que solo tenía tiempo. ¿Pero, acaso el tiempo pasa cuando no podemos recordar nada?


El tiempo se detiene cada mañana cuando regresa cargada con las frutas y verduras. Cuando se sienta frente a ellos y les habla. Mientras da cuerda a su viejo reloj de cuco, el tiempo, se detiene muchas veces, otras escapa pero, ¿qué puede importarle a ella?


Deja solo a los pequeños un momento, deja las ventanas medio cerradas, sin luz gritan, y siempre regresa a su sofá, desesperada. A veces se entretiene contando a los pájaros una y otra vez.


Guardó unas fotos en el cajón que ya no mira, ¿o lo habrá olvidado?
En esas fotos aparece ella mucho más joven, están tan estropeadas que apenas se adivinan rostros. Tiró las fotos en que aparecían personas extrañas, personas que ya no conocía.


Pasaron los meses, se empezó a encontrar muy enferma, sin ganas de hacer la compra, sin ganas de volver a hablar con ellos. Sus pequeños, ni comieron ni bebieron durante dos largos y eternos días. Muchos murieron.


La mujer, pudo reconocer lo que significaba la muerte. Como un niño pequeño, cuando tira un fallecido pez por el baño, con esa primera experiencia que hace que hasta la criatura más tierna se sobrecoja consciente de la magnitud.
Viéndose tan desvalida como sus pájaros, decidió soltarlos y que pudieran andar por la casa. Pues esa siempre había sido su mayor ilusión. Sin saberlo, solo cambió el tamaño de la jaula.


Desorientados intentaron buscar una salida. Algunos daban grandes saltos, otros apenas se elevaban del suelo. Empezaron a chocar contra cristales, cacerolas e incluso contra la anciana. No podían controlar su pequeño cuerpo, hasta entonces privado de movimiento.


La señora, los miraba tan enloquecidos y se los imaginaba felices. Al mirarlos sonreía. Sonreía como una niña, era la primera vez que se sentía tan en paz.
Torpemente consiguieron llegar al salón que se encontraba frente a la mujer, un despiste dejó la ventana entreabierta y se alzaban a ella como podían.
Hubo uno que se detuvo y mantuvo sus brillantes ojos negros clavados en la anciana, que ya no sonreía pues nada podía hacer. Entonces, se posó en su hombro y pareció cantar una bella canción que ella no conocía:
“He pasado la mitad de mi vida aquí, contigo, al cuidado de tus temblorosas manos. Sé que has sido BUENA / MALA y no te guardo rencor... (es el momento de elegir cómo termina esta historia)


BUENA:
... Pero has obrado mal y esta será la última vez que nos veamos. Ambos hemos vivido en jaulas y yo por fin soy libre. Deseo lo mismo para ti”


La mujer permaneció muda y asintió con la cabeza. Desde aquel día, libre de ocupaciones en su casa, comenzó a salir y no solo a hacer la compra. Poco a poco fue comprendiendo lo que significaban aquellas palabras.
Ahora pasa las tardes en el parque, siempre mirando al cielo. A veces cuenta su historia a otros ancianos y sonríe. Sólo puede recordar aquel día, pero ha empezado a ser libre.




MALA:
... Pero pudiste liberarnos, pudiste cambiar nuestro final y escogiste tu deseo. Siempre has podido elegir, aunque no lo supieses.


La mujer, que aún temía no volver a escuchar aquellas canciones, volvió su cara hacia el pequeño pájaro y se vio reflejada en sus ojos, ¿cómo podía ser?
Su voz sonó grave, moribunda:
- Te quedarás conmigo y no podrás volar.- quiso partir sus alas y en un torpe aleteo consiguió resbalarse por aquellas manos. Desesperado vio una única salida. Se lanzó tan rápido como pudo hacia la boca de la anciana para ahogarla y sólo se escuchó una última palabra en aquellas paredes de altos techos:


Jamás.

... nos harán libres”

3 comentarios:

  1. Yo te pregunté primero, no hagas trampa... Jajajaja, lo sigo pensando, esta historia es una mierda!

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  2. Uhm... supongo que elegí el final bueno [ya me conoces]. Aunque no negare el estimulo que despertó el final malo.

    Si fuese mala la historia no la hubiese terminao. Para cuando otra??

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